Julio Abril Díaz Torres - Historiador
Herman Pérez de Quezada, luego de la Fundación de Tunja se dirigió al Norte en busca de "El Dorado", llegando al Valle de los cercados de los indios chitareros donde cerca de las pinturas rupestres de Euqui hizo su campamento.
En Civirita se apoderó del trono del cacique, el que envió al campamento al mando de Gerónimo de Aguayo quien lo dejo extraviar al paso de una quebrada, por lo que fue conminado a buscarlo para lo cual construyo una vivienda cerca a Tequia sobre la quebrada de Valero, el 10 de marzo de 1542, la cual llamó Málaga en honor a la patria chica del fundador de Tunja, Gonzalo Suarez Rendón y cuyo ideal era ser la segunda ciudad del nuevo mundo. La vivienda fue quemada por su mismo fundador 2 años después para dar paso a la encomienda de Antonio Enciso y Cárdenas y la doctrina de Cervitá.
El 9 de mayo de 1695 a orillas de una laguna, en la meseta de Tinaguta, en terrenos donados por el padre Ayala, fue reconstruida la Villa de San Gerónimo y Nuestra Señora de la Soledad de Málaga, por los capitanes Francisco de Sotomayor y Melchor de Viña Negrón, como poblado de Blancos, separando de esta manera la encomienda de Enciso y el resguardo - doctrina de Cervitá.
El párroco de Málaga, aliado de los comuneros del Socorro, firmó el Acta de Independencia de Pamplona y aportó al ejército de Custodio García Rovira un nutrido número de soldados comandados por la catequista Ascensión Ortega, quien fuera fusilada por orden del virrey Sámano en el puente Real de Vélez, hoy Puente Nacional. Desde entonces el Batallón Málaga formó parte de todas las contiendas bélicas y sus soldados regresaron a su tierra a ser laboriosos campesinos.
Málaga ha estado más ligada a Pamplona y a Tunja por falta de una vía que nos comunique con Bucaramanga. Sus riquezas, representadas en sus minas, agricultura y sus variados platos típicos. Cabe resaltar la inventiva y el trabajo tesonero de sus gentes.
Feliz Cumpleaños, Málaga
(RECUERDOS)
Por ENRIQUE SANCHEZ MORENO
Mi adorado pueblo, reina Chitarera, cuna de hombres y mujeres elementales y buenos que supieron darnos ejemplo para llegar con pié firme hasta el peldaño de nuestro futuro, para ser ciudadanos de fe, respeto y principios.
Al añorarte con nostalgia, recuerdo tus calles empedradas que años después se fueron cubriendo de cemento en nombre del progreso para deslizar más fácilmente y con más riesgo todos los juegos y los sueños. En lo que hoy es el parque principal, frente a la iglesia, hace tiempo era la plaza de mercado donde yo, de niño, acompañaba a mi madre, canasto en mano, a comprar carne, papa, frutas y verduras para nuestra comida diaria.
La educación era gratuita y muy buena. Los planteles de primaria quedaban donde hoy es la plaza de mercado y la salida para Concepción; de los nombres de las profesoras que recuerdo, son doña Pepita Galaviz, que fue mi profesora; de Irma Manrique, Mercedes Leiva, Eloísa Guarín, Ramona Moreno, Aura Mesa, etc. y el padre Nicanor Suárez, anciano sacerdote, quien nos dictaba con dedicación y esmero religión y ética.
Con nostalgia añoro el tiempo de los matachines. Mi corazón parecía salirse del pecho por tanta emoción reprimida en los meses anteriores; los atuendos de disfraz multicolores y las máscaras de papel y almidón de yuca, armados de vejigas de res infladas con pitillos de pasta de comer y colgadas de una piola, en cuyo extremo había un bolillo de madera en que se daba la medida exacta a la cuerda, según el tamaño del portador disfrazado de matachín.
Esa época era la misma de aguinaldos; las luces de colores y las novenas navideñas, llenaban nuestros corazones de fe, alegría y confianza. Las campanas de la iglesia lo arrullaban invitándolo a los oficios sagrados; la primera misa era a las 4 a.m; todavía estaba oscuro; como hacía frio íbamos a tomar tinto al café Estrella, luego, cuando ya había aclarado íbamos a jugar billar al café de Alipio, cerca a la normal de señoritas, donde nos vendían y fiaban cerveza. Me acuerdo de una marca local que era la "Violeta", en el municipio la llamaban "Perra Loca", cerveza oscura y fuerte, fabricada por las señoritas Muñoz y utilizada casi siempre en los refajos del pueblo.
Volviendo al tema del billar, recuerdo que tenía unas bandas de caucho muy malas y las bolas de marfil parecían pegadas a la mesa. Entre rancheras, boleros y tufo, planeábamos los paseos futuros y los ejercicios en bicicleta; de éstos recuerdo nuestras subidas al kilometro 1 de la carretera a Bucaramanga. Era una subida fuerte, por carretera destapada, ascenso lleno de curvas, peligroso, pero enmarcado por un bello paisaje. Recuerdo que cuando yo tenía 9 años, me partí el brazo izquierdo en una caída de bicicleta en esa misma carretera. Pasando por el monumento a la Virgen María, por fin llegábamos hasta el 1 donde vivía el médico Alfonso Oviedo con su familia, allí había una tiendita donde comprábamos guarapo suave o ciró, para mitigar la sed.
Luego bajábamos por la carretera rápidamente con la satisfacción del triunfo en los ojos y en el pecho. Este ejercicio lo repetíamos yendo hasta Miranda, Concepción, o El Cerrito por la trocal del norte.
Otra anécdota que deseo referir es la del paseo a pie hasta el monumento. Corrían los principios de los años sesenta, en mi casa de Málaga junto con mis padres y hermanos. Lela (nuestra nana), mi abuelita Hortensia (mamá Teté) y Secundino (ahijado de mi papá), junto con Juvenal, conductor del camión rojo Ford modelo cincuenta F-6, quien hacía el acarreo diario del trigo y de la harina en el molino San Martín de Málaga para las ciudades y pueblos circunvecinos, iniciamos un paseo dominical hasta el monumento. Las ollas repicaban, el olor a guiso acentuaba nuestra hambre cotidiana, después de escasos quince minutos ya estábamos ante las cercas y portillos de nuestro lugar de destino.
Con los parientes, amigos y amigas que se nos fueron juntando por el camino, nos sentamos en un llanito y nos comimos todo lo que en mi casa habían preparado. Me acuerdo que en esa ocasión mi papá colocó la iluminación del monumento a la Virgen con luz que salía de la planta principal del Molino San Martín. Estuvimos trabajando como hasta las 8 P.M. en el monumento; luego de dejar en sus casas a familiares y amigos, bajamos a nuestra morada para ver la iluminación desde el corredor del segundo piso. Estábamos muy emocionados pues nos había quedado perfecto el trabajo realizado. Mis papás sonreían de felicidad y complacencia; mi papá salió esa noche como de costumbre, con nuestro perrito pequinés "Batuque" a darle la noticia de primera mano a su amigo, vecino y compadre don Dámaso Torres, quien vivía en una casa grande y bonita y con almacén, a escasos cincuenta metros de nosotros, sobre el parque principal.
Fuimos muy felices en ese tiempo, sin mayores responsabilidades, formados con disciplina, buen ejemplo, criados con fe, honorabilidad y respeto a los demás, nuestra máxima preocupación en esa época era rendir bien en el colegio nacional Custodio García Rovira, bajo la máxima: "El profesor siempre tiene la razón…" y colaborar siempre donde mis papás, a bien nos lo dijeran.